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amamantar como trinchera sexual y política

Foto del escritor: Guardianas OrigenGuardianas Origen

La lactancia es un evento de la sexualidad que ocurre en nuestros cuerpos.

Amamantamos y somos amamantadas y amantades. O no. Como cada uno de los eventos que atañen nuestras geografías íntimas, se entretejen en él las contiendas de nuestra soberanía como subjetividades deseantes.

En términos fisiológicos, las mujeres y otras identidades con posibilidad de

gestar, en la mayoría de los casos podemos amamantar. Las mayores dificultades para quienes eligen amamantar son resultado de la desinformación de un grueso del personal de salud de instituciones públicas y privadas que, con precarias actualizaciones en lactancia materna, asisten a quienes han atravesado recientemente un parto o una cesárea, muchas veces desalentándola. En buena parte de clínicas y hospitales de nuestro país, las y les bebés no solo son separados del cuerpo de su madre al momento de nacer, inhibiendo el contacto piel con piel en el postparto inmediato, sino que sin consultar con sus familias son alimentados con leche de fórmula, naturalizando la introducción de una sustancia

que solo debiera ser indicada por necesidades específicas y acometiendo sobre sus cuerpos recién nacidos una de las tantas injerencias violentas a los que nuestro sistema de salud, en la práctica cotidiana de una buena parte de sus agentes, nos tienen acostumbrados. El cuerpo de nuestrxs bebés, su existencia, pareciera una vez separados de nuestros cuerpos

adultos, territorio conquistado por quienes consideran comprender mejor que nosotras las implicancias en su salud.

Amamantar es alimentar a nuestras crías con el alimento más completo que

existe. La lista de componentes beneficiosos de la leche materna es extensa. Básicamente, es un tejido vivo que atenderá su particularidad biológica, reforzará su sistema inmunológico, favorecerá una microbiota saludable. Amamantar también es que nuestros cuerpos sean el territorio compartido, para que elles regulen su frecuencia cardiaca, su temperatura corporal, su equilibrio homeostático, sí, pero sobre todo para que nuestrxs

bebés constituyan su confianza, sus certezas, su sostén, la procuración del contacto y del placer. El placer fundante de su sexualidad.

Elegir dar la teta, como apuesta soberana, política, económica, ecológica debería ser acompañado por todos lxs profesionales que se desempeñan en los distintos escenarios que atañen el nacimiento, la crianza, la pediatría, la educación. Pero, fundamentalmente, debería ser alentado por un sistema económico que no eyecte a las madres precozmente al mercado laboral al poco tiempo del nacimiento, teniendo que garantizarse una logística, sin

ninguna red de sostén y, muchas veces, en la apuesta de seguir sosteniendo la lactancia, malabares en sus lugares de trabajo que, con mucha suerte y de manera muy precaria, destinan un pequeño sector para que puedan extraerse leche. Y esto sucede en el mejor de los casos, la gran mayoría tendrá que hacerlo en baños compartidos y sin opciones de refrigeración para conservarla. Sin dudas, sostener la lactancia en nuestro contexto laboral es un gran desafío.

Dar la teta, con la elevada apuesta física y energética que nos implica, debería ser sostenida y acompañada por nuestro entramado afectivo. Validada y valorada, sin cuestionamientos.

Amamantar sin embargo, en tanto evento sexual y siendo parte de nuestro

cuerpo territorio es un terreno en disputa. En lo íntimo y en lo público. Ya lo

sabemos, lo personal es político. Las distintas dimensiones que nos atraviesan,

materiales y simbólicas, singularizan nuestras experiencias a pesar de nuestras

historias compartidas como sujetas históricas. La lactancia materna, sexual y soberana, cristaliza esas intersecciones.





 
 
 

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